domingo, 31 de mayo de 2015

[EN ESOS LABIOS...], Emilio Pedro Gómez

En esos labios
dispuestos a beber
mana la calma.


EMILIO PEDRO GÓMEZ, Haikus de la casa, Eclipsados, Zaragoza, 2010.
&
Brassai

sábado, 30 de mayo de 2015

[ESCRIBIR...], Fernando Menéndez

   Escribir callándose.


FERNANDO MENÉNDEZ, Hilos, Difácil, Valladolid, 2010, página 65.
&
Egon Schiele

viernes, 29 de mayo de 2015

[NO VUELVEN LAS PALABRAS...], Manuel Villena

No vuelven ya las palabras.
La memoria se deshilvana
como un vestido de novia
en un desván polvoriento.
Lanza un niño su balón contra el muro.

Así bombea, absurdo, el corazón.


Manuel Villena 
&

jueves, 28 de mayo de 2015

[LA MEMORIA ES MORTAL...], Antonio Gamoneda


La memoria es mortal. Algunas tardes, Billie Holiday pone
su rosa enferma en mis oídos.

Algunas tardes me sorprendo

lejos de mí, llorando.


ANTONIO GAMONEDA, Arden las pérdidas, Tusquets, Barcelona, 2003, página 31.
&
Carl Van Vechten

miércoles, 27 de mayo de 2015

[YO HABITO EL MOTOR DE LA QUIMERA...], Ángel Guinda

   Yo habito el motor de la quimera. Precipitarse a nube es desear. Eres mi cápsula, mi interior más claro. Nada de lo que es nada continúa. El tiempo agrede, invade, nos derroca. ¿Permanecer es abolir el tiempo? Lo que habitamos permanece. Cuando hablo a las aves, a los árboles, un tambor que me habló me reconoce, me roza un sobresalto que me eleva. ¡Amar es no morir en lo que vive!

ÁNGEL GUINDA, Espectral, Olifante, Zaragoza, 2011, p. 19.
&
Francis Picabia

martes, 26 de mayo de 2015

[LA PIEL OSCURA...], Eduardo Moga


La piel oscura
de la mujer oscura
irradia luz.

EDUARDO MOGA, Los haikus del tren, El Gaviero, Almeria, 2007, p. 52.
&
Man Ray

lunes, 25 de mayo de 2015

NADIE LEE NADA, Fabio Morabito

NADIE LEE NADA


   Un amigo mío me habla pestes de un escritor reco­nocido. Me dice que le parece tan malo, que no ha leído una sola línea suya. Le pregunto cómo puede sustentar su juicio si no lo ha leído, y me contesta: «Por puro olfato». Le digo que a mí me parece un escritor pasable. Lo digo por puro olfato, porque tampoco lo he leído. Seguimos discutiendo, él es­grimiendo sus razones olfativas y yo las mías. No es difícil imaginar a un escritor cuyos libros nadie ha leído y sobre el cual todos opinan por olfato. Su primer libro, por ejemplo, se publica gracias a su amistad con el editor, el cual, bien sea por olfato o por falta de tiempo, sólo hojea el manuscrito y lue­go lo entrega al corrector de estilo de la editorial, que no lo lee, sino que lo corrige, que es distinto. El libro, una vez publicado, da lugar a entrevistas hechas por periodistas que han leído sólo la con­traportada, cosa bastante común, y es reseñado bre­vemente por reseñistas que también sólo han leído la contraportada. Se vende poco, pero no menos que otros. Los pocos compradores leen la contraportada y luego olvidan el libro en una repisa del librero, co­mo ocurre a menudo. El autor publica un segundo, tercer y cuarto libro, que suscitan entrevistas, re­señas, ventas bajas y cero lectores. Al cabo de una década tiene una trayectoria sólida, pero nadie lo ha leído. Es más, ni él mismo se ha leído, porque, como suele referir en las entrevistas, escribe en es­tado de trance, de modo que apenas revisa lo que escribe. En resumen, el único que ha pasado reseña concienzuda a sus líneas es el corrector de estilo de la editorial, que no lo ha leído propiamente~ sino corregido, por lo cual no representa una fuente con­fiable para saber de qué tratan los libros de nuestro autor. Entre más libros suyos se publican~ más difí­cil se vuelve que alguien lo lea, porque ha alcanzado esa modesta notoriedad que en lugar de azuzar la cu­riosidad del público, la mata de raíz. En suma, es un autor, de tan invisible, perfecto. Un clásico. Ya su muerte sus libros acaban en las escuelas, donde, como es sabido, nadie lee nada.

FABIO MORABITO, El idioma materno, Sexto Piso, Madrid, 2014, pp. 95-96.
&
Quint Buchholz

domingo, 24 de mayo de 2015

[LA ETERNIDAD ESTÁ SIEMPRE...],

La eternidad está siempre presente
somos solos tú y yo quienes nos marchitamos para siempre.

R. D. LAING, Sonetos y aforismos, Crítica, Barcelona, 1982, p. 114.
&
Marcus Andersson



sábado, 23 de mayo de 2015

[ESTAMOS SOLOS...], Antonio Gamoneda


Estamos solos entre dos negaciones como huesos abandonados
a los perros que nunca llegarán.


ANTONIO GAMONEDA, Arden las pérdidas, Tusquets, Barcelona, 2003, página 17.
&
Fotografía: Julius Doroskevicius Sculptor

viernes, 22 de mayo de 2015

[SOBRE EL GRANITO...], Manuel Villena

Sobre el granito
culebrean los líquenes y el musgo.
A esas flores
germinadas entre sillares
poca tierra les basta.

Belleza obscena.
 
Manuel Villena
&
Manuel Villena

jueves, 21 de mayo de 2015

LAS ALAS DE LA BALA, Xosé Bolado



LAS ALAS DE LA BALA

   Pasó tiempo antes de que comprendiera la verdad que guardaban algunas palabras. Su filo mortal en silencio.
   Cuando me contaron que el médico había sido fusilado en el terraplén del cementerio sin decir nada, no supe hasta qué punto aquella información sería para mí definitiva.
   Hoy, cuando escucho el grito ¡Viva España! me encojo, pues nada más siento las alas de la bala.


XOSÉ BOLADO, La bona intención La buena intención, Impronta, Xixón, 2012, página 39.
&
Robert Capa

miércoles, 20 de mayo de 2015

[HAY UNA HIERBA...], Antonio Gamoneda

Hay una hierba cuyo nombre no se sabe; así ha sido mi vida.

Vuelvo a casa atravesando el invierno: olvido y luz sobre las ro­pas húmedas. Los espejos están vacíos y en los platos ciega la soledad.

Ah la pureza de los cuchillos abandonados.


ANTONIO GAMONEDA, Libro del frío, Siruela, Madrid, 2009.
&
Hengki Koentjoro

martes, 19 de mayo de 2015

[MI TENEDOR...], Emilio Pedro Gómez

Mi tenedor         
no consigue pinchar el
rayo de luz.

EMILIO PEDRO GÓMEZ, Haikus de la casa, Eclipsados, Zaragoza, 2010.
&
Ailbe

lunes, 18 de mayo de 2015

[CABELLOS LACIOS...], Manuel Villena

Cabellos lacios.
No se han ido contigo...
Peine olvidado.

Manuel Villena

domingo, 17 de mayo de 2015

[SIN LA ESPECIA DEL ODIO...], Charles SImic


   Sin la especia del odio, ninguna creencia o ideología tiene posibilidades de hacerse popular. Para ser un creyente genuino tienes que ser un campeón del odio.

CHARLES SIMIC, El monstruo ama su laberinto. Cuadernos, Vaso Roto, Madrid, 2015, 81.
&
Saul Steinberg

sábado, 16 de mayo de 2015

[SE PERDIÓ ENTRE EL GENTÍO...], Manuel Villena


Se perdió entre el gentío
la desconocida que rozó mi mano.
En mi botiquín no hay bálsamo
para cauterizar la herida

de lo que pudo ser.

Manuel Villena
&
Isabel Reitemeyer

viernes, 15 de mayo de 2015

SOBRE EL GUARDIÁN ENTRE EL CENTENO, Juan Tallón


   No obstante, caer por sorpresa en El guardián entre centeno, sin haber «nadado» antes entre la prosa de Bandini, es una de las puestas de sol más hermosas que existen. Parecido a verla por primera vez, tumbado, tal vez con algo de beber entre las manos, observando las palpitaciones del tiempo. Te pasas los veintiséis capítulos haciendo gárgaras con champagne, acariciando cada giro, ironía, contradicción. La felicidad también es cuestión de unas cuantas frases que, cuando están bien dispuestas, consigues tocar con las manos, y en la caricia, una corriente eléctrica te recorre el cuerpo descubriéndote pasiones que no conocías.
   El guardián entre el centeno sintetiza un proceso de observación de la humanidad a través de un joven atrapado entre la adolescen­cia y la vida adulta, a la que repudia por falsa. Dicho así, parece un enunciado de la ley de la termodinámica, así que, por favor, denle ustedes una vuelta. Esa falsedad que Holden aborrece no evita que sea un mentiroso. El muchacho no siempre es coherente. Y en eso se parece aún mucho más a todos nosotros. «Soy el mentiroso más fantástico que puedan imaginarse. Es terrible. Si voy camino del quiosco para comprar una revista y alguien me pregunta adónde voy, soy capaz de decir que voy a la ópera. Es una cosa seria», con­fiesa. Estas son, precisamente, las inconsistencias de la adolescen­cia, y las que vuelven más real —casi un espejo— al personaje. La contradicción es inevitable. Todo lo que rodea al joven le produce un gran malestar. El mundo es un lugar frío y desértico, e inde­seable por ello. No puede sentirse en ningún lugar peor que en este mundo. «No hay forma —dice— de dar con un sitio tranquilo porque no existe. Cuando te crees que por fin lo has encontrado, te encuentras con que alguien ha escrito un “joder” en la pared). Bajo esa percepción, en realidad, laten las angustias de un personaje al que, en apariencia, nada le importa bastante, según cierta fe en el nihilismo. «Claro que me importa el futuro. Naturalmente que me preocupa. Pero no mucho, supongo». La muerte de su hermano Allie, al que idolatra, se halla bajo las decepciones de la edad adulta. Ese día, la noche que Allie murió, Holden perdió la inocencia. «La realidad siente un deseo absurdo de irrealidad», sostenía Musil, y el narrador tiende siempre hacia esta: para ponerse a salvo de las cosas que pasan en aquella.
   Lamentablemente para él, el mundo que repudia, y que com­bate a base de frases que funcionan a modo de artillería de defensa, es justo aquel en el que está a punto de entrar. El todavía no lo sabe. A la expulsión de la Escuela Pencey (Pensilvania), con la que en la primera página comprendemos que Holden es un joven inquieto, rebelde y casi marginal, le suceden tres días de huida por Nueva York. Acaso las vivencias del narrador en la ciudad son su último ejercicio de libertad adolescente, curiosamente a través de experien­cias adultas, antes de asumir al fin compromisos. Pese a valorar la inocencia, Holden siente fascinación por las situaciones adultas: le atraen los bares, el alcohol, la prostitución, los automóviles. Todos somos Holden.
   El mocoso que cree saberlo todo de la vida se aproxima len­tamente al hombre que no quiere ser. Afirmaba Fogwill que «la ética de una vida no es hacer o no hacer, sino decidir», y Holden se aproxima peligrosamente a ese último minuto. La visita al hogar paterno, en mitad de la noche, para ver a su hermana Phoebe, y despedirse de ella antes de huir en dirección a Colorado, marca la transición hacia el compromiso adulto. Holden le relata a su hermana pequeña cómo a veces sueña con ser «el guardián entre el centeno», el único adulto entre niños pequeños que juegan en un campo de centeno crecido, y que oculta tras él un acantilado peligroso. Todo cambia aquí, pues Phoebe, para evitar el error de que su hermano huya, en un movimiento de desesperación para no seguir creciendo y mantener vivo el recuerdo del hermano muerto, se empeña en acompañarlo. Es una locura infantil y absurda, pero sirve para situar a Holden ante la encrucijada de actuar a semejanza de un adulto, y quedarse en Nueva York con su hermana, o huir juntos, separándola de sus padres, sin un rumbo cierto. Finalmen­te, Holden realiza un acto de amor, responsable. La decisión de Holden es, en el fondo, un acto de alivio para Salinger, que como soldado superviviente de la II Guerra Mundial había vivido con el peso de los compañeros muertos. El hundimiento de la fe del escritor, amenazada por las horribles circunstancias de la contien­da, se reflejaba en la pérdida de fe de Holden tras la muerte de su hermano Allie (término, por cierto, con el que se denominaba a los soldados de las potencias Aliadas en la II Guerra Mundial). Pero la necesidad de proteger a su hermana lo rescató.
   Escribir El guardián entre el centeno fue reparador, aunque también infernal. Después de publicar en The New Yorker su rela­to «Para Esmé, con amor y sordidez», en abril de 1950, Salinger se consagró a terminar su querida novela sobre Holden Caulfield. La revista Time contaba que la había completado aislándose «en un cuchitril cerca del metro elevado de la Tercera Avenida», Allí encerrado, «pedía sándwiches y habas mientras iba sacando el libro de su interior». Aunque el proceso de escritura final incluyó otros lugares tan dispares como los despachos de The New Yorker o su retiro de Westport, en Connecticut, acompañado por su perro Benny. El material con el que se encerró era una maraña de re­stos sin ensamblar escritos, en algunos casos, desde 1941, según cuenta Kenneth Slawenski, uno de sus biógrafos. Al ritmo que aumentaba el manuscrito, variaban también las posiciones de Sa­linger, que cuando llegó la década de los cincuenta se enfrentaba al reto de poner orden y unidad en un material disparado en direcciones opuestas. En el otoño de 1950, la novela estaba acabada. Supongo que tiene que haber algo de magia en esto de escribir, aunque por otro lado, como decía Chandler, «ocurre sim­plemente, como el pelo rojizo». «Había escrito una conexión, una expiación, una oración y una iluminación, contenidas en una voz tan única que iba a alterar la cultura estadounidense», dice Slawenski. El proceso había sido un paseo errante y largo, con un tesoro a cuestas, pesado y brillante. Las primeras páginas, de hecho, las había llevado con él durante toda la guerra. «Necesita­ba llevarlas encima, para que me prestaran apoyo e inspiración», llegó a confesar, Cuando era apenas un conjunto de apuntes, El guardián entre el centeno había saltado a la playa de Normandía, había desfilado por las avenidas de París, había sido testigo de la muerte de infinidad de soldados, y había recorrido los campos de exterminio del nazismo, en unas particularísimas vacaciones. La única vez que yo llevé algo mu­cho tiempo encima fue un cro­mo de Arconada,

El guardián entre el centeno
J.D. Salinger (1919-2010)
1ª edición: Little, Brown & Co., 1951
Género: narrativa

JUAN TALLÓN, Libros peligrosos, Larousse, Barcelona, 2015, pp. 107-110.

jueves, 14 de mayo de 2015

[POR LA VENTANA...], Susana Benet

Por la ventana
del hotel se ve el faro.
Tampoco duerme.

SUSANA BENET, Huellas de escarabajo, Comares, Granada, 2011, p. 53.
Quint Buchholz

miércoles, 13 de mayo de 2015

[RODRIGO, HIJO DE ENRIQUE...], Belén Gopegui


   Rodrigo, hijo de Enrique y de Manuela, hermano de Susana, estaba en el patio. Era el recreo de las once, al que salían los de la ESO.
   Como solía ocurrir, las chicas se habían distribuido en varios grupos, y los chicos en otros tantos. En cuanto a las parejas, algunas buscaban las zonas más retiradas, otras se movían mezclándose con los demás y exhibiendo su mutuo deseo. En el campo de fútbol estaban jugando un partido. Rodrigo y dos amigos fueron a una zona con tierra para verlo.
   —Lo que no soporto es que encima de pijas sean gordas —dijo Carlos.
   —¿Qué más te da? —dijo Rodrigo.
   —Pues claro que me da. Mira a esa ballena de Mónica, desde que corté con Marta se pasa todo el día con ella, estoy seguro de que le calentaba la cabeza por teléfono.
   —Venga ya —dijo Rodrigo—, cortaste con Marta porque se hartó de que pasaras de ella.
   —Yo no pasaba de ella.
   —El día de la botella sí te pasaste un poco —dijo Edu.
   —¿Por el morreo que le di a Sonia?
   Marta también estaba allí. No dijo que no jugásemos.—Pero una cosa es un beso y otra un morreo de cinco minutos tocándole el culo —dijo Edu.
   —Eso lo dices porque tú estás por Sonia —dijo Carlos—.
   A Marta le tocó besar a Raúl y yo no dije nada.
   —Pero sólo se besaron —insistió Edu.
   —¡Qué coñazo eres! —dijo Carlos—.
   Mira, ahí va la ballena de Mónica moviendo el culo, no la aguanto.
   Gorda y con ropa de marca. Seguro que le dijo a Marta que cortase.
   —Marta se va a los bancos —dijo Rodrigo—. ¿Por qué no te acercas y habláis?
   —No —dijo Carlos—. Mejor voy a hablar con la ballena. Venga, vamos, ¿le decimos que nos enseñe su cinturón? Seguro que le ha costado cien euros.
   —Qué dices —contestó Rodrigo—. Déjala en paz.
   —La dejaré en paz si quiero. Que me deje el a en paz a mí y no le vaya contando historias a Marta.
   —Ni siquiera sabes si le ha contado algo —dijo Rodrigo.
   —¿Tú tampoco vienes? —preguntó Carlos a Edu. Edu miró a Rodrigo, luego dijo: —Pues no, no me importa nada su cinturón.
   —Ah, creí que erais amigos míos.
   Carlos se levantó y se dirigió hacia donde estaba Mónica. Rodrigo y Edu vieron cómo Mónica sonreía a Carlos y cómo se alejaban hacia un rincón.
   —Me da miedo por Mónica —dijo Rodrigo.
   Álex y Raúl llegaron y se pusieron a mirar hacia donde miraban Rodrigo y Carlos.
   —¡Joder! No me lo creo —dijo Álex—.¿Carlos se va a enrollar con la ballena?
   —No —dijo Edu—. Lo que quiere es quitarle el cinturón.
   —Eso no me lo pierdo —dijo Raúl—. Vamos con ellos.
   —Yo paso —dijo Edu, y echó a andar hacia el otro lado del campo de fútbol.
   Álex y Raúl miraron a Rodrigo: —¿Vienes? —le dijo Raúl.
   —Sí —dijo Rodrigo.
   Carlos había cogido a Mónica por la cintura mientras andaban hacia la zona que había detrás de los baños.
   Álex, Raúl y Rodrigo fueron detrás, callados. Se quedaron en el pasadizo que había entre los baños y el rincón donde estaban Carlos y Mónica.
   Desde al í vieron cómo Carlos le desabrochaba el cinturón y le mordisqueaba la oreja. De pronto Mónica chilló.
   —¡Qué bestia! —dijo llorosa llevándose la mano a la oreja.
   Carlos extrajo el cinturón del vaquero de Mónica:
   —Me lo regalas, ¿no? Mónica estaba a punto de llorar. Carlos miró a su alrededor. Vio que al fondo estaban Álex, Raúl y Rodrigo.
   —¡Va! —gritó lanzándoles el cinturón.
   Álex lo cogió al vuelo. Salió del pasadizo y quedó a la vista de Mónica.
   Empezó a agitar el cinturón en el aire con movimientos obscenos.
   Mónica se había tragado las lágrimas.
   Estaba seria, se mordía los labios.
   —No te preocupes que no se te van a caer los pantalones —dijo Carlos y, dirigiéndose a Raúl y a Rodrigo—: ¿Habéis visto a la ballena? ¡Se ha creído que me iba a enrollar con ella!
   Raúl y Rodrigo avanzaron hasta el recinto.
   —Déjalo ya —dijo Rodrigo—. Te estás pasando.
   —¿Pasarme? A ver, Álex, dame el cinturón. Álex se lo dio.
   —¿A que me lo regalas, Mónica? —dijo Carlos.
   Mónica se había apoyado contra la pared. Asintió muy levemente.
   —¿Ves como no me paso, Rodrigo? Es un regalo.
   Carlos golpeó el cinturón contra la tierra.
   —Álex, quédate vigilando que no venga nadie. Mientras Álex obedecía, Carlos dijo:
   —Bueno, ¿qué? ¿Lo probamos? —Carlos, para ya —dijo Rodrigo.
   —¿Tú eres mongolo o qué te pasa? ¿Eres tonto? Y tú, ballena, muévete.
   Mónica seguía paralizada, pegada contra la pared. Carlos hizo un gesto a Raúl:
   —Tráela.
   Raúl, divertido, se acercó a Mónica y la cogió de la mano:
   —Si te va a gustar —dijo—. Ya verás.
   —Rodrigo —dijo Carlos—, como digas algo de esto, te mato. Aunque seguro que a ti también te excita.
   Mónica había avanzado en silencio, con Raúl agarrándola del brazo. Cuando llegó frente a Carlos, éste ofreció el cinturón a Raúl.
   —¿Empiezas tú? ¿O quiere empezar Rodrigo?
   —Sí —dijo Rodrigo—. Empiezo yo.
   —Pues hazlo a mano, tío, porque no pienso darte el cinturón —dijo Carlos, y rodeó a Mónica y la golpeó por detrás.
   Rodrigo embistió a Carlos, Mónica echó a correr.
   —¡Qué no salga, Álex! —gritó Carlos.
   Luego se quedó mirando a Rodrigo—: Ya te lo he dicho antes. Eres tonto.
   —Le pegó con fuerza y le tiró al suelo. Una vez allí le puso un pie en el cuello—. ¡Álex, trae a la ballena! ¡Me parece que a Rodrigo le gusta! Álex acercó a Mónica.
   —Raúl, vigila tú ahora —dijo Carlos—. ¿Por qué no le enseñas las tetas a Rodrigo? —dijo Carlos—. Desde ahí abajo las verá muy bien.
   —Eso, enseña los melones, yo te ayudo —dijo Álex, y empezó a desabrocharle la blusa.
   Rodrigo aprovechó la distracción de Carlos para desestabilizarle y levantarse. Estaban los dos de pie. Rodrigo pegó a Carlos con fuerza. Carlos perdió el control, dio a Rodrigo una patada en los huevos y empezó a golpearle sin parar.
   —¡Vete! —gritó Rodrigo a Mónica, pero Mónica no acertaba a moverse.
   —¡Eres un traidor! —dijo Álvaro, sumándose, y le dio una patada—.
   ¡Chivato de mierda! Álex y Carlos le golpearon a la vez hasta que Rodrigo cayó al suelo de nuevo; Carlos le pisó la cara.
   —Me quedo con el cinturón —le dijo a Mónica—. Sé que no vas a decir nada, ballena, porque si me entero de que has dicho algo a Marta, a tus padres, a alguien del colegio, te hundo para siempre. Y ahora vete, que yo vea cómo te ríes.
Mónica esbozó una sonrisa llorosa, luego echó a andar despacio.
   —Bueno, tío —le dijo Carlos a Rodrigo—. A ver lo que te inventas. Tú no eres un chivato, ¿verdad? Álex y Carlos echaron a andar. Rodrigo se acurrucó de lado con dificultad y notó en la mejilla el tacto áspero de la tierra. También tenía tierra en los labios.


BELÉN GOPEGUI, El padre de Blancanieves, Anagrama, Barcelona, 2007.
&
Juul Kraijer

martes, 12 de mayo de 2015

[NEGAR LA MUERTE...], Manuel Villena

Negar la muerte.
Temer la agonía.
Ignorar el peor espanto:
las crueles escaras

del abandono.


Manuel Villena
&
Abbas Kiarostami

lunes, 11 de mayo de 2015

[MIL RESPUESTAS...], Abbas Kiarostami


Mil respuestas en los labios
¡nadie pregunta!

ABBAS KIAROSTAMI, El viento y la hoja, Salto de Página, Madrid, 2015, p. 99.
&
Man Ray

domingo, 10 de mayo de 2015

[MÁS DE MIL VECES...], Manuel Villena

Más de mil veces
llamaré a tu puerta.
No soy el amor.

Yo soy tu miedo.


Manuel Villena

sábado, 9 de mayo de 2015

[HAY TRES CLASES DE POETAS...], Charles Simic

  
   Hay tres clases de poetas: los que escriben sin pensar, los que piensan mientras escriben y los que piensan antes de escribir.


CHARLES SIMIC, El monstruo ama su laberinto, Vaso Roto, Madrid, 2015, p. 59.
&
Henri Fantin-Latour

viernes, 8 de mayo de 2015

[QUÉ SOLOS LOS CLAVOS...], Manuel Villena

Qué solos los clavos...
Volaron las cenizas
tras el incendio.
 
Manuel Villena

jueves, 7 de mayo de 2015

[UN HOMBRE TRABAJA EN UNA PRODUCTORA...], Belén Gopegui



  Un hombre trabaja en una productora. Su jefe inmediato le ha chillado varias veces. El hombre le cuenta a sus compañeros que no lo soporta: va a dejar el trabajo. Le dicen que está loco, si lo deja no podrá encontrar otro en mucho tiempo. El hombre decide seguir. Su jefe vuelve a chillarle. El hombre no hace nada pero esa noche se descubre chillando a su hijo. Por la mañana, en la productora, el hombre entra en el despacho de su jefe y le grita. Después deja el trabajo.

BELÉN GOPEGUI, El padre de Blancanieves, Anagrama, Barcelona, 2007, p. 299.
&
Mete Başkoçak

miércoles, 6 de mayo de 2015

[DOS FÍSICOS DE BARCELONA...], Belén Gopegui

   Dos físicos de Barcelona han encontrado una nanopartícula magnética muy útil para biomedicina porque puede disipar más calor y eso la hace más eficiente a la hora de eliminar tumores. Patentarla resulta complicado por tratarse de una patente de la universidad en colaboración con un centro de investigación público. Llevará tiempo que las instituciones se pongan de acuerdo y hagan los trámites. Después, como son funcionarios, recibirán muy poco dinero. Un amigo que trabaja en una empresa privada les propone entregar el know-how a la empresa: explicar cómo se obtiene la partícula, y prometer que no trabajarán en eso para nadie más, a cambio de dinero. Aceptan el trato. Luego los físicos preguntan a la narradora de la historia si lo que han hecho es ético. Realmente, dicen, no lo saben.
   Argumentan que la universidad española no es demasiado coherente, ni limpia, y cada día trabaja menos para la colectividad y más para la empresa privada.

BELÉN GOPEGUI, El padre de Blancanieves, Anagrama, Barcelona, 2007, p. 298.
&
Juss Piho

martes, 5 de mayo de 2015

[TODO DEL MUNDO...], Charles Simic


   Todo el mundo quiere parafrasear el contenido del poema, salvo el poeta.

CHARLES SIMIC, El monstruo ama su laberinto, Vaso Roto, Madrid, 2015, p. 70.
&
Maya Plisetskaya

lunes, 4 de mayo de 2015

[ANIDA LA IRA...], Manuel Villena


Anida la ira
en la ciega espesura
de un árbol hueco.

Manuel Villena

domingo, 3 de mayo de 2015

[DESPIDEN A UN CHICO...], Belén Gopegui

   Despiden a un chico en una pequeña empresa de sondeos. La fórmula que «ofrecen» para que el chico pueda cobrar el paro sin ir a juicio consiste en que el chico acepte entregar a la dueña y jefa de la empresa la indemnización que le correspondería, en negro, claro.
   El chico acepta, necesita el paro. Al día siguiente, como por casualidad, se forma un corro en torno a la jefa que está contando anécdotas; la mayoría las conoce, pero todos ríen. Nadie guarda luto por el despedido. Todos tienen miedo, también aquel que, tres meses después, se convierte en narrador de lo ocurrido. Todos tienen miedo; la jefa tiene patrimonio.

BELÉN GOPEGUI, El padre de Blancanieves, Anagrama, Barcelona, 2007, p. 298.
&
Iglena Rousseva

sábado, 2 de mayo de 2015

[HUELE LA HIERBA...], Manuel Villena

Huele la hierba
a tristeza encharcada.
Llueve en mi alma.
Manuel Villena
&
Kerstin Kuntze

viernes, 1 de mayo de 2015

[UN CHICO ESTÁ DESMONTANDO...], Belén Gopegui


   Un chico está desmontando un escenario cuando una barra de hierro cae sobre su cabeza y le deja en coma. Al narrador de la historia le dicen que coja un taxi y vaya a toda velocidad a buscar cuarenta cascos a la oficina de la empresa y los traiga para que los trabajadores los tengan puestos antes de que llegue la inspección. El chico lo hace y cuenta su vergüenza.

BELÉN GOPEGUI, El padre de Blancanieves, Anagrama, Barcelona, 2007, p. 299.
&
Vitamorte