domingo, 3 de marzo de 2013

AGUSTÍN, Adriano González León



AGUSTÍN

A Manuel Matute

   Después de la película, en el cine pobre, venía la tristeza. Una enorme tristeza. Y uno no sabía por qué. Al terminar la última despedida en la esquina, al quedar solos, estaba entonces la calle larga, sin nadie, con un cierto polvo nocturno y un gato apenas relampagueando en el alero. Poca luz. O debe ser que se sentía medio ciega, enneblinada, cubierta también por la tristeza. Atrás había quedado la sala a oscuras, con su olor mezclado por el moho, las ceras de chicles, los papeles de chocolate y la humedad. Una última claridad se había sumido en la pantalla donde antes estaban un velero y unos pescadores con redes extrañas. Era la playa de Acapulco para que las marías bonitas y las marías del alma no lo olvidaran nunca.

ADRIANO GONZÁLEZ LEÓN, Todos los cuentos más uno, Alfaguara, 1998, Madrid, p. 209.