jueves, 28 de febrero de 2013

SOBRE LA FRUGALIDAD, Woody Allen


SOBRE LA FRUGALIDAD

   Mientras uno pasa por la vida, es extremadamente importante conservar el capital, y no se debe gastar el dinero en simplezas, como licor de pera o un sombrero de oro macizo. El dinero no lo es todo, pero es mejor que la salud. A fin de cuentas, no se puede ir a la carnicería y decirle al carnicero: «Mira qué moreno estoy, y además no me resfrío nunca», y suponer que va a regalarte su mercancía. (A menos, naturalmente, que el carnicero sea un idiota.) El dinero es mejor que la pobreza, aunque sólo sea por razones financieras. No es que con él se pueda comprar la felicidad. Tomad el caso de la hormiga y la cigarra: la cigarra se divirtió todo el verano, mientras la hormiga trabajaba y ahorraba. Cuando llegó el invierno, la cigarra no tenía nada, pero la hormiga se quejaba de dolores en el pecho. La vida es dura para los insectos. Y no creáis que los ratones se lo pasan muy bien tampoco. La cuestión es que todos necesitamos un nido en el que refugiamos, pero no mientras se lleve un traje bueno.
   Para terminar, tengamos presente que es más fácil gastar dos dólares que ahorrar uno. Y por el amor de Dios no invirtáis dinero con ninguna agencia de bolsa en la que uno de los socios se llame Casanova.

WOODY ALLEN, Sin plumas, Tusquets, Barcelona, 1979 (1976), p. 103.

miércoles, 27 de febrero de 2013

LA ESCALA, EL Roto

EL ROTO, El pabellón de azogue, Reservoir Books, Barcelona, 2003, p. 71.

martes, 26 de febrero de 2013

[MIRO TUS OJOS...], Clara Janés





Miro tus ojos
hasta que mis ojos desaparecen.

CLARA JANÉS, Vilanos, Adamar Ediciones, Madrid, 2004, p. 14.

Fotografía: Man Ray

lunes, 25 de febrero de 2013

[EN UN APARTAMENTO...], Nacho Fernández




   En un apartamento de Madrid una pareja descansa exhausta después de varias horas de tensión. Como niños pequeños ante un juguete roto que no saben si sabrán reconstruir, sonríen momentáneamente para volver al asombro doloroso de las piezas esparcidas por el suelo. No tienen respuesta a la pregunta que les ha llevado hasta allí, y se dan inútiles plazos o llaman al psiquiatra en las horas pequeñas de la noche. Por las calles de la misma ciudad otro hombre y otra mujer permanecen atentos al acontecer del pequeño apartamento. No se conocen, pero se han cruzado en medio de la noche presintiendo el amor en los cambios de los semáforos y pensando en el mismo número de teléfono. En los bares, mezclados con la gente, buscan indicios de un futuro próximo en pedazos de conversaciones que nada tienen que ver con ellos, que llegan como viento a los oídos entre el chocar de tazas y los gritos de la barra a las cocinas. Ambos han sucumbido al cansancio y la desesperanza. Con el paso de las horas, el día ha llegado iluminando las primeras anémonas de la temporada en los puestos de flores, los colores rojos y amarilIos de la perplejidad,  el reflejo incierto de una cabina de teléfonos vista desde el banco de una plaza.


NACHO FERNÁNDEZ, El buen paso, Calambur, Madrid, 1998, pp. 17-18.


Ilustración: Juan Vidaurre

domingo, 24 de febrero de 2013

sábado, 23 de febrero de 2013

UN MENSAJE DE ARMSTRONG, Joaquín Pérez Azaústre


UN MENSAJE DE ARMSTRONG

Yo camino por la luna
mientras duerme la belleza.

El mundo se ve hermoso
                                    allá abajo.


JOAQUÍN PÉREZ AZAÚSTRE, El precio de una cena en Chez Maurice, Algaida, Sevilla, 2007, p. 67.
            

viernes, 22 de febrero de 2013

LA INTRUSA, Rafael Argullol


La muerte ha entrado en el espejo y me mira cuando me miro.

(La intrusa)



FOTOGRAFÍA: Man Ray

jueves, 21 de febrero de 2013

[ARLETTE SALIÓ A LA COCINA...], José Ángel Valente

  
    Arlette salió a la cocina para preparar un pastel que debía meter en el horno. Estuvo ausente diez o quince minutos. Al volver a la sala, Edmond Jabés estaba muerto donde lo había dejado, en la butaca del fondo frente a la puerta, al lado de la figura de madera hecha por Piera Rossi, sefardita y prima de Arlette.
   Estaba leyendo, al morir, el último poema de un cuaderno de Michel Leiris titulado Fissures (Fourbis, 1990). El cuaderno, de cubiertas rojas, había caído de su mano, abierto en la página del texto final. Lectura última:

Pautado,
fijado,
cercado, nada es ya nada
cuando ya nada está en suspenso.


   Leiris, a quien yo había conocido en La Habana en 1968, murió a fines del verano de 1990, algunos meses antes que Edmond Jabès. Entretanto, el último deseo de éste fue venir a España, tal vez en busca de su más distante origen. Viajó en octubre de 1990: Sevilla, Granada, Córdoba, Madrid. ¡Córdoba: la sinagoga!
   Poco tiempo antes de morir en 1991, Jabès contó a Arlette que había soñado con un día luminoso de París, en el que se iba a pasear al jardín del Luxemburgo y se encontraba allí con Leiris, que lo abrazaba alegre, sonriente, y exclamaba: ——¿Quién iba a decir que nos volveríamos a ver tan pronto?

JOSÉ ÁNGEL VALENTE, Notas de un simulador, Ediciones La Palma, Madrid, 1997, pp.
33-34.

Escultura: Piera Rossi

martes, 19 de febrero de 2013

AVISO OPORTUNO, Beatriz Patraca


AVISO OPORTUNO

   Se solicitan fantasmas para devolver capacidad de asombro.
   Interesados, favor de presentarse sorpresivamente.


Beatriz Patraca

ALFONSO PEDRAZA, Cien fictimínimos, Ficticia, México, 2012, p. 38.

lunes, 18 de febrero de 2013

[EL POEMA BREVE...], José Ángel Valente



   El poema breve, escribió Poe, es el determinante de la modernidad. Los géneros breves han sido siempre géneros matrices, portadores de la semilla de un cambio de sensibilidad y de las posibilidades de imaginar. Tal es la importancia decisiva, para la escritura nuestra, de la greguería en Gómez de la Serna o de la narración breve en Borges. Pero más atrás y en otra esfera, pensemos en los madrigalistas, en Gesualdo o Monteverdi, tan cerca de la modernidad, señalaba Strawinsky. Y volviendo otra vez hacia adelante, pero en la misma esfera, nadie ignora la importancia del haikú en la estética de Webern o del lied en el universo musical de Schönberg y Mahler.

JOSÉ ÁNGEL VALENTE, Notas de un simulador, Ediciones La Palma, Madrid, 1997, pp. 29-30.

domingo, 17 de febrero de 2013

BUEN DÍA, Xuan Bello


BUEN DÍA
 
   Paulino bajó las escaleras y se encontró, en el descansillo, a sus nuevos vecinos. Eran una de esas parejas recién casadas, que venían del supermercado cargados de bolsas y con las manos totalmente doloridas de sostener todas aquella ofertas que les habían dejado, seguramente, la tarjeta de crédito temblando. Paulino los observó con ojos amables mientras bajaba y les dio los buenos días.
   —¿Qué?—farfulló el hombre, que andaría por los veintipocos años, mientras intentaba inútilmente meter la llave en la cerradura.
   —¿ Qué?-repitió la mujer, mucho más clara y cantarina pero igual de borde y desconfiada.
   Paulino, sorprendido, repitió:
  —Buenos días. ¿Necesitan ayuda?— y como la nueva pareja siguió a lo suyo, rebuscando en los bolsillos unas llaves que no aparecían ni en pintura, añadió:
   —¿Necesitáis ayuda? Soy el vecino del tercero.
   Los vecinos del primer piso decidieron que era el momento de demostrar que eran capaces de articular verbos más allá del monosílabo y, casi al unísono, dispararon:
   —¿Y a mí qué?
   Paulino resopló, dijo que no pasaba nada y se despidió suavemente. Las escasas escaleras que lo separaban de la puerta del portal se le antojaron, sin embargo, infinitas. De cualquier modo, no estaba tan mal el mundo: hoy era día de paga, en el bar había partida de y, aunque solo se acordara él, hoy cumplía 79 años.  Cuando abrió la puerta del edificio que llovía. Tenía que volver a casa a por el paraguas. No se dio cuenta de importa, pensó. Hoy va a ser un buen día.

XUAN BELLO, La nieve y otros complementos circunstanciales, Xordica, Zaragoza, 2012, pp. 66-67.

Imagen: Peru Kortazar

sábado, 16 de febrero de 2013

EXTRAÑO ENCUENTRO, Dino Buzzati



EXTRAÑO ENCUENTRO

   Sucede con frecuencia, en los lugares muy atestados, a las llamadas horas punta, en los momentos de mayor gentío y agitación. Por ejemplo a la entrada del estadio, cuando la gente se pisa por entrar. Entre la muchedumbre, un par de metros delante de vosotros, distinguís de espaldas a uno de vuestros más queridos amigos, apasionado por el fútbol como vosotros. Lo reconocéis sin sombra de duda: el pelo rubio descuidado rebasándole un poco el cuello, esa cicatriz en la nuca de una antigua gresca, el modo de mantener la cabeza ligeramente inclinada a la izquierda, su característico sombrero negro con las alas levantadas a los lados, como el que llevaba Toscanini. Desde luego es él. Inconfundible entre millares de personas. «¡Antonio! ¡Antonio!», llamáis. Pero él no se vuelve. Llamáis más fuerte. Nada. Entonces os da el ataque. Disculpándoos, suplicando, le pedís a la gente de delante que os haga hueco. Irritados, sorprendidos, os abren paso. Dais un salto. Estiráis la mano derecha para darle a vuestro amigo en el hombro. «¡Antonio! ¡Antonio!». Oleaje imprevisto de la multitud. Os hacen escorar. Y al amigo parece que se lo han llevado, aspirado por un remolino súbito. Desaparece. Se esfuma en la nada. Delante, alrededor, sólo caras desconocidas. ¿Qué os importa ya el partido? Os dejáis arrastrar hacia delante con cruel amargura. Porque estáis matemáticamente seguros de que era realmente él, vuestro queridísimo amigo, Antonio. Aunque hace ya cinco largos años que vuestro amigo haya muerto.
  
  
DINO BUZZATI, Las noches difíciles, Acantilado, Barcelona, 2010, pp. 196-197.

viernes, 15 de febrero de 2013

[AL AGONIZANTE...], José Ángel Valente



   Al agonizante le vierten con un gota a gota murmullos de eternidad.


JOSÉ ÁNGEL VALENTE, Notas de un simulador, Ediciones La Palma, Madrid, 1997, p. 14.

jueves, 14 de febrero de 2013

PISO 23, Karmelo C. Iribarren & Cristina Müller


PISO 23


Desde aquí
arriba
la calle
está espectacular,
mágica
llena
de paraguas
de colores.

Te dan ganas
de abrir uno
y lanzarte
tú también.


KARMELO C. IRIBARREN, Versos que el viento arrastra, El jinete azul, Madrid, 2010, pp. 22-23.





miércoles, 13 de febrero de 2013

EGOÍSTA. Lydia Davis


EGOÍSTA
        
  Lo bueno que tiene ser egoísta es que cuando tus hijos se hacen daño tampoco te importa mucho porque a ti personalmente no te ha pasado nada. Pero si sólo eres un poco egoísta no sirve. Tienes que ser muy egoísta. La cosa funciona así: si sólo eres un poco egoísta, te preocupas un poco por ellos, les prestas un poco de atención, los llevas casi siempre bien vestidos, les cortas el pelo con relativa frecuencia, aunque no les compras todo lo que necesitan para el colegio, o por lo menos no cuando lo necesitan; te lo pasas bien con ellos, te ríes con sus chistes, aunque cuando se portan mal tienes poca paciencia con ellos, porque te molestan cuando tienes cosas que hacer, y cuando se portan muy mal te enfadas mucho; tienes una idea aproximada de cuáles son sus necesidades, sabes más o menos lo que hacen con sus amigos, les haces preguntas, aunque tampoco muchas, y siempre hasta cierto punto, porque no tienes tiempo; entonces surgen los problemas, pero tú ni te enteras porque estás muy ocupada: les da por robar, y te preguntas cómo habrá venido eso a parar a casa; te enseñan lo que roban y cuando les preguntas te mienten; cuando te mienten siempre los crees, porque parecen muy sinceros y porque además tardarías mucho en averiguar la verdad. En fin, que esto es lo que suele ocurrir si has sido egoísta; y si no has sido lo bastante egoísta, luego, cuando estén metidos en líos, sufrirás, aunque mientras sufras seguirás, por pura costumbre, siendo egoísta y dirás: Estoy destrozada. Mi vida ya no tiene sentido. ¿Cómo voy a seguir adelante? De manera que, puestos a ser egoístas, más te vale ser más egoísta que eso, tan egoísta que por mucho que lamentes que se hayan metido en líos, por mucho que lo lamentes sincera y profundamente, tal y como les dirás a tus amigos y conocidos y al resto de la familia, en tu fuero interno te sentirás aliviada, feliz, encantada incluso, de que no te esté pasando a ti.

LYDIA DAVIS, Cuentos completos, Seix Barral, Barcelona, 2011, página 119.

martes, 12 de febrero de 2013

EL PERRO, José Moreno Villa


EL PERRO

   Cuando veo a esta llama de atención que es el perro; cuando le veo seguirme con los ojos, saludarme con los brazuelos, espiar, ladrar en mi defensa, mover el rabo alegre a mi llegada, echarse a mis pies hecho un ovillo, todo sumisión, surge al instante en mi memoria la imagen del hombre que, por su voluntad, convertiría en perros a todos los seres que le rodean, a la mujer, al hijo, al inferior jerárquico. Y entonces me voy al perro y le digo con toda la efusión de que soy capaz:
   «Mira, perro, yo no te voy a pegar nunca, ni te voy a suprimir la comida, ni a echar de la casa, ni a disminuir mi benevolencia para contigo. No me temas; no seré nunca el superior. Pórtate como te portarías en mi ausencia. No. quiero esclavos ni aduladores.»
   Y el perro me tuvo por idiota.

JOSÉ MORENO VILLA, Evoluciones, Calleja, Madrid, 1918, página 118.

Fotografía de Picasso & Lump: David Douglas Duncan


lunes, 11 de febrero de 2013

[...Vejez...], Peter Cameron & Thomas Cole



   Permanecí un buen rato en la sala y una y otra vez me decía que debería marcharme, pero no me iba. Un vigilante iba y venía, mirándome. Y entonces me inquieté al darme cuenta de que quería estar en el último cuadro, Vejez, quería estar en la barca que se deslizaba hacia la oscuridad, quería saltarme la barca de Madurez. El hombre a bordo de esa barca parecía aterrado y no entender su finalidad: ¿por qué dar tumbos por aquellos rápidos traicioneros, en un río que desembocaba en la oscuridad, la muerte? Yo quería estar en la barca con el viejo, que había dejado atrás todos los peligros, con el ángel cerca de mí, guiándome hacia la muerte. Quería morir.

PETER CAMERON, Algún día este dolor te será útil, Libros del Asteroide, Barcelona, 2012, p. 142.

THOMAS COLE: Vejez [El viaje de la vida]

domingo, 10 de febrero de 2013

[CUANDO CAE LA LLUVIA...], Jules Renard


   Cuando cae la lluvia fina, al río se le pone carne de gallina.

JULES RENARD

sábado, 9 de febrero de 2013

SOBRE EL AMOR, Woody Allen



SOBRE EL AMOR

   ¿Es mejor ser el amante que el amado? Ninguna de las dos cosas, si tu índice de colesterol sobrepasa de 6(K). Por amor, naturalmente, entiendo el amor romántico… el amor entre el hombre y la mujer, antes que el que existe entre madre e hijo, o entre un niño y su perro, o entre dos jefes de personal.
   Lo asombroso es que cuando uno está enamorado experimente un impulso de cantar. Hay que resistirlo a toda costa, y debe procurarse también que el macho ardiente no «recite» las letras de las canciones. Ser amado, ciertamente, es distinto de ser admirado, como se puede admirar a uno de lejos, pero para amar realmente a alguien resulta esencial estar en la misma habitación con la persona, abrazándose debajo de las sábanas.
   Para ser un amante realmente bueno, por lo tanto, uno tiene que ser fuerte y, sin embargo, suave. ¿Fuerte hasta qué punto? Supongo que con ser capaz de levantar veinte kilos basta. Téngase presente también que para el amante la amada es siempre el más bello objeto imaginable, si bien para un extraño resultará indistinguible de cualquier variedad de salmónidos. La belleza está en el ojo del observador. En el caso de que el observador sea corto de vista, deberá preguntar a la persona más cercana qué chicas son bien parecidas. (De hecho, las más lindas resultan casi siempre las más aburridas, y ese es el porqué de que ciertas personas no crean en Kos.)
   «Las alegrías del amor sólo un instante duran». Cantó el trovador, «pero las penas del amor siempre perduran». Esta fue casi una canción del verano, pero la melodía se parece demasiado a la de «Yankee Doodle Dandy».

WOODY ALLEN, Sin plumas, Tusquets, Barcelona, 1979 (1976), p.104.

viernes, 8 de febrero de 2013

[A SILVIO...], José María Merino

   A Silvio se le ha metido una piedra en una de las zapatillas y os detenéis para que se la pueda quitar. También sus manos son torpes pero no le ayudas, con el afán pedagógico, que te han inculcado Tere y Aurora, de que resuelva por sí mismo las pequeñas contrariedades. Cuando saca el diminuto guijarro lo observa con mucho interés y luego te lo alarga:
  —Parece uno de esos montes amarillos, pero en pequeñito. Para una hormiga, a lo mejor una piedrecita así es algo muy grande, muy grande.
   Contempla con arrobo la china antes de continuar:
   —¿Tú crees que las hormigas pueden ver esos montes que nosotros vemos?
   Sorprendido ante su pregunta, que parece más propia de un sabio que de un niño con la capacidad mental restringida, tardas un poco en responder:
   —Seguramente, no —dices al fin, mientras reemprendéis la marcha.
   Esa hormiga, que no podría apreciar el volumen de los peñascos enormes que refulgen a lo lejos, te hace pensar que todo es cuestión de perspectiva.


JOSÉ MARÍA MERINO, El río del Edén, Alfagura, Madrid, 2012, p. 108.

jueves, 7 de febrero de 2013

TRIBU, Juan Carlos Mestre


TRIBU

   Los poetas, las putas, los mendigos, los que conocen el mester del alba y saben cosas inútiles que salvan, la línea del abismo, el gesto, las rayas de la mano. Caridad y sabiduría, una misma limosna, un mismo dedal lleno de arañas.

JUAN CARLOS MESTRE, La poesía ha caído en desgracia, Visor, Madrid, 1992, p. 25.

miércoles, 6 de febrero de 2013

LA LAVA, Rafael Argullol




Descubrimos que la apacible colina sobre la que vivíamos era un volcán cuando ya la lava nos golpea las entrañas.

(La lava)




Ilustración: Mónica Gutiérrez Serna

martes, 5 de febrero de 2013

EL ACOMODADOR, Carlos Castán


EL ACOMODADOR

   El tío Avelino no me dejaba ir al cine. Se supone que estaba alojado en su casa para estudiar y eso es lo que, según él, debía hacer a todas horas. Qué me había yo creído. «La vida no es un picnic —repetía—, alguien se está matando a trabajar allá en el pueblo para que tú no seas un mierda el día de mañana.» De manera que sólo las tardes en que él se quedaba hasta última hora en la oficina podía, con la complicidad de tía Feli, que a desgana hacía la vista gorda para evitar alborotos, escabullirme de tapadillo en alguno de aquellos refugios tibios que eran las salas del barrio, balcones a un edén en technicolor de bandidos y muchachas, batallas y mares que me hacían olvidar por un momento la gris monotonía de unos días vividos sin ganas ni esperanza.
   Luego cayó enfermo, mi tío Avelino, y yo tenía que leerle El Alcázar en la penumbra de un dormitorio lleno de fiebre. Tía Feli nos interrumpía cada dos por tres con vasos de leche o zumo de limón y cucharadas de un jarabe viscoso que impregnaba todo de un aroma como a agonía y que acababa siempre por ensuciar el embozo de la sábana con unas gotas negras que para mí eran ya el anuncio de algo terrible.
   La ausencia de alguien que se ha muerto es algo que ciertamente no se puede tocar, pero casi. No es ya sólo esa especie de sombra que se desliza por los pasillos y se esconde en los armarios donde se almacenan los trajes que dejó vacíos, sobre todo un par de zapatos negros que siempre parece que van a echar a andar con su leve cojera de excombatiente y perseguirme otra vez por las habitaciones, «yo te enseñaré, pequeño bastardo». No es esa vieja leyenda de toses en medio de la noche que suenan desde lo que fue su cuarto entreabierto, ni fantasmas de piel de agua, ni lamentos de cañerías o viento que golpea las persianas. La ausencia de un muerto reciente es por encima de todo una porción de aire ligeramente más espeso que el resto, que guarda su olor y se posa sobre las cosas como una sombra de nube.
   Antes de morir, tío Avelino me había pedido que cuidase de su mujer, la pobre tía Feli, que quedaba rota entre costuras inútiles y programas de radio. Me agarró bien fuerte del brazo para decirme que nada de cine, nada de dejarla sola; merendar juntos, estudiar a su lado mientras cosía. Y eso es lo que comencé haciendo. Llegaba del colegio sin entretenerme por el camino y extendía sobre la mesa de la cocina deberes y tebeos, resignado a una tarde casera de transistor y tía Feli, seriales y suspiros, aburrimiento y pan con chocolate.
   Pero yo necesitaba como el comer esas Sesiones dobles y pronto empecé a dejarla sola para perderme en aquellos templos de sueños remotos que eran los cines del barrio. Una tarde, en la oscuridad del Savoy, creí te conocer en el acomodador aquel olor de mi tío a sopa vieja y a tabaco, el mismo paso renqueante entre las butacas, la misma respiración podrida. Me las arreglé para vencer el temblor de las piernas y salir a toda prisa buscando el refugio de la calle que a esas horas era un tranquilizador estallido de tráfico y de luz.
   No volví más a ese cine, pero lo mismo me ocurrió al cabo de un tiempo en el Metropolitano, y días después en el Montija, y más tarde en el Lido: siempre esa silueta de tío Avelino con la linterna en la mano, ese olor inconfundible, sus ojos muertos escrutando la oscuridad de la sala, quizá buscándome entre las filas de asientos deshilachados, pidiendo cuentas por mi promesa rota, por una viuda que merendaba sola.
   Una noche, tras la última sesión, me atreví a esperar a que saliera del cine aquella silueta. Me quedé agazapado en la acera de enfrente esperando a que saliese aquella figura, con el cuello del abrigo subido, como en las películas de espías, y la débil esperanza de que todo fuesen imaginaciones mías, reflejos en el pozo de culpa que era yo a veces por dentro. En la oscuridad, creí distinguir su contorno alejándose calle arriba. Caminé a cierta distancia tras aquellos pasos fatigosos que no se detenían en ios escaparates iluminados ni en los semáforos cerrados a los peatones. Las fuerzas que nos conducen a la perdición uno no sabe nunca de dónde salen, por un instante pensé en correr para darle alcance, preguntar qué estaba pasando, pedir perdón, tomar aquella mano que, en ocasiones contadas, me había acariciado el pelo mientras le leía en voz alta las noticias de un mundo que empezaba ya a no ser el suyo. Pero por alguna razón ralenticé mi paso y se me acabó perdiendo aquella figura al confundirse entre una legión borrosa de cojos bajo la lluvia, todos de espaldas y con abrigos idénticos, que cruzaba el puente camino al cementerio.

CARLOS CASTÁN, Sólo de lo perdido, Destino, Barcelona, 2008 pp. 131-132        

lunes, 4 de febrero de 2013

SIMULACRO, Rafael Berrio


SIMULACRO

Temo haber vivido mi vida como si ello fuera un simulacro
Como si yo tuviera el don de vivir por mí dos veces
De haber dejado a un lado la que importa en prenda de una vez futura
y haber malgastado en borradores la presente.
De no saber que la vida sucede a medida que sucede
y que no hay una vida en serio y otra vida de licencia.

Que cada ensayo, cada error, en suma forman
las constantes y variables del álgebra de la existencia,
y en esa ecuación que es cosa resuelta estamos,
esbozada débilmente en el margen de un folio en blanco.

Siento no haber sido tan audaz de un trazo algo más firme,
de haber perdido un tiempo de oro en pruebas y ensayos.

Y ahora es tarde,
algo tarde,
pues temo ir ya malherido,
temo haberme consumido,
como si yo, tuviera el don, de vivir,
dos veces.

Temo haber vivido mi vida como si ello fuera un simulacro,
y he sido un mal actor confiando en la noche del estreno,
pero qué vida será la que prolongue o dé segundas funciones.
Sin ella todo es error improvisado y relleno.

Temo haberme pasado la vida reuniendo el valor que me falta
y declarando intenciones solemnes frente a un espejo,
dejando las cosas para una mejor ocasión que no llega,
en el fondo he estado siempre en Babia con la mente muy lejos.

Y ahora es tarde,
algo tarde,
pues temo ir ya malherido,
temo haberme consumido,
como si yo, tuviera el don, de vivir,
dos veces.

Temo haber vivido mi vida como si ello fuera un simulacro,
Como si yo tuviera el don de vivir por mí dos veces
La de haber dejado a un lado la que importa en prenda de una vez futura
y haber malgastado en borradores la presente.

RAFAEL BERRIO, 1971, Warner, 2010.


domingo, 3 de febrero de 2013

[NO PUEDO DORMIR...], Ueshima Onitsura


No puedo dormir...
Incluso es desagradable
el canto de los chorlitos.

UESHIMA ONITSURA, Palabras de luz, Miraguano, Madrid, 2009, p. 95.

sábado, 2 de febrero de 2013

TRAGEDIA, Vicente Huidobro


TRAGEDIA

   María Olga es una mujer encantadora. Especial­mente la parte que se llama Olga.
   Se casó con un mocetón grande y fornido, un poco torpe, lleno de ideas honoríficas, reglamentadas como árboles de paseo.
   Pero la parte que ella casó era su parte que se llamaba María. Su parte Olga permanecía soltera y luego tomó un amante que vivía en adoración ante sus ojos.
   Ella no podía comprender que su marido se enfureciera y le reprochara infidelidad. María era fiel, perfectamente fiel. ¿Qué tenía él que meter­se con Olga? Ella no comprendía que él no com­prendiera. María cumplía con su deber, la parte Olga adoraba a su amante.
   ¿Era ella culpable de tener un nombre doble y de las consecuencias que esto puede traer consigo?
   Así, cuando el marido cogió el revólver, ella abrió los ojos enormes, no asustados sino llenos de asombro, por no poder entender un gesto tan absurdo.
   Pero sucedió que el marido se equivocó y mató a María, a la parte suya, en vez de matar a la otra. Olga continuó viviendo en brazos de su amante, y creo que aún sigue feliz, muy feliz, sin­tiendo sólo que es un poco zurda.


VICENTE HUIDOBRO

Ilustración: Sonia Salmerón

viernes, 1 de febrero de 2013

EL MISTERIO, Rafael Argullol

EL MISTERIO

   El arco iris atrapado en la turbia mancha de petróleo conduce al misterio de la belleza.


RAFAEL ARGULLOL, El puente de fuego. Cuaderno de travesía, 1996-2002, Destino, Barcelona, 2004, p. 36.