viernes, 30 de marzo de 2012

HISTORIA DE UNA CABEZA



HISTORIA DE UNA CABEZA
 
   Antiguamente, en la desembocadura del río Kobuk vivía un joven esquimal que tenía una cabeza por compañero favorito. Esta cabeza podía hablar y, a pesar de su falta de brazos y piernas, desplazarse.
   Un día los dos amigos fueron a un baile en el kaghzie. Al anochecer, el joven esquimal le dijo a la cabeza:
   —Es hora de regresar. Vamos a acostarnos.
   —Yo me estoy divirtiendo —le respondió la cabeza.
   Ve tú solo, yo volveré dentro de un rato.
   —¡Los perros te comerán en el camino!
   —¡No! Gritaré ¡ko-ha ko-ha! y se escaparán.
   El esquimal se marcho y la cabeza empezó a pensar en una muchacha, la más bonita del campamento, que no quería casarse. Salió subrepticiamente del iglú de la fiesta y rodó hasta la morada de ella. La joven, al oír ruidos, se despertó y vio la cabeza. De un salto cogió la cabeza de los pelos, la hizo girar con un movimiento de molinete y la lanzó por la puerta. Pero ésta no rodó, al contrario, se elevó por el aire y voló hasta el iglú donde su amigo el esquimal esperaba preocupado.
   —Querida cabeza, creía que los perros te habían devorado.
   —No, no. Se me hizo tarde. No me crucé con nadie por el camino.
   Al día siguiente, los dos amigos volvieron a bailar y otra vez, pese a las reprimendas del joven esquimal, la cabeza prefirió quedarse hasta la última danza y escaparse enseguida. Rodó hasta la vivienda de la bella, y aunque hizo menos ruido que la noche anterior, la muchacha —que tenía un oído fino— la oyó. La joven, fastidiada, volvió a cogerla por el pelo y arrojarla afuera. La cabeza llego al iglú de su amigo y se durmió a su lado sin contar nada de su desventura.
   A la noche siguiente la cabeza regresó a la morada de la muchacha. Ésta, juzgando que tanta pasión merecía una recompensa, aceptó casarse y vivieron muy felices.
   Pero al llegar la primavera, la extraña pareja notó que sus provisiones habían disminuido peligrosamente y que el hambre los amenazaba.
   —Atame una cuerda a los cabellos y con un movimiento de molinete, lánzame hasta la tundra —dijo la cabeza a su joven esposa—. Te demostraré qué buen cazador soy.
   Dicho y hecho. La cabeza regresó sin demora a la casa familiar, rodando en compañía de un reno muy gordo. La joven esposa, encantada, fue a decirle a sus padres que el yerno era un cazador muy intrépido y ellos se alegraron mucho. Pasaron los años y todos engordaron y se enriquecieron. Cada día la muchacha ataba la cuerda a los cabellos de la cabeza y la lanzaba más y más lejos. Hasta que llegó un momento en que ni la audacia ni las ganancias le parecieron bastantes. La cuerda nunca era bastante larga, la cabeza nunca llegaba demasiado lejos en la peligrosa tundra, los renos que traía jamás le parecían bastante gordos. Una mañana, al arrojar la pesada cuerda, su molinete fue tan violento que la cabeza se elevó hacia el cielo. La joven esposa la siguió durante largo rato con la mirada. La cabeza, triste y silenciosa, volaba sobre las colinas, los lagos y los pantanos. Voló y voló hasta desaparecer. Jamás regresó y ningún esquimal del inmenso noroeste ha vuelto a saber nada de ella...

Cuentos esquimales (Los cuentos del iglú), Olañeta, Palma de Mallorca, 1990.