jueves, 18 de septiembre de 2008

ESCARCHA, Juan Salmerón


ESCARCHA

Te pongas como te pongas, tú eso no puedes recordarlo.
Abríamos la puerta del frigorífico y nos quedábamos, embobadas, mirando su interior, como quien se asoma a una ventana que muestra un precipicio o un valle alumbrado por cerezos en flor. Esa era nuestra rutina. Todo para acabar eligiendo, sin más, una tarrina de yogur o, en muy pocas ocasiones, para servirse un tazón de leche fría.
El hielo agradecía nuestras demoradas visitas: trepaba desde la bandeja de las verduras al estante en que mamá acomodaba los huevos, hasta que, papá, enojado, tras afear con varias voces mal dadas nuestra conducta, procedía a retirar las piedras de hielo que atenazaban los conductos.
Eras demasiado pequeña: esas imágenes las has tomado prestadas de las fotografías o de nuestros relatos. Ni yo misma sé quién dejó completamente abierta la puerta. No te mortifiques. Tampoco puedes asegurar que ese fuera el comienzo. Con el mismo esmero y paciencia con que, por la mañana, había retirado un hilo de seda de mi corrector dental, desmontó las bandejas de cristal, también el embellecedor que ocultaba la parrilla trasera. Envases, bolsas, verduras… todo ocupaba la encimera. Digo esmero y paciencia donde mamá diría simplemente obstinación. Llamó a mamá y le enseño el papelillo. Tú llorabas en el baño: no querías lavarte el pelo. Yo limpiaba de arena los cubos de la playa. Allí, en el suelo encharcado de la cocina mamá señaló el absurdo:
—¡Tu madre no sabía escribir!
Es normal que no recuerdes a la abuela. Tenías tres años. Puedes intentarlo tú. A mí ni entonces ni después mamá quiso decirme qué ponía esa nota que papá consideró escrita por un fantasma. No puedes asegurar que ahí empezara todo. No sabemos cuándo comenzó ni cuándo podrá acabar. Sí conocemos el intermedio: perderse, huir de espejos, confundirse, confundirnos, desleírse como un azucarillo en el agua.
No te mortifiques. No es eso, Elena. Vivir no es esto. Acéptalo. Sencillamente, no puede ser. Mamá, sola, ya no es capaz. Un cuerpo sin voluntad, no vive: solo existe. Aquí lo cuidarán muy bien.

Juan Salmerón